Marta Díaz-Bajo escribe la Tribuna de Fondos en Cinco Días: «Cuidado con confundir a su asesor con un gestor de fondos de inversión»
“¿Dónde están los yates de los clientes?” pregunta un visitante asombrado en el muelle de Manhattan cuando su anfitrión le muestra los barcos de gestores de Wall Street. La escena es del clásico en la literatura financiera: «Análisis de Inversiones» y del que Benjamin Graham, profesor y mentor de Buffet, es coautor. El episodio reflejaba un escepticismo claro hacia los profesionales del sector financiero.
Así comenzaba un artículo del “The Economist” del pasado agosto y cuyo título se podría traducir por “Banca privada para un público extenso”. El texto afirma que la tecnología está permitiendo bajar los mínimos exigidos a los acaudalados clientes para acceder a estos servicios.
“Análisis de Inversiones” se imprimió en 1934, tras la crisis del 29. En ese contexto el recelo era totalmente comprensible. Pero, si han leído “Las Uvas de la Ira”, novela coetánea, verán que en aquella época había profesionales sin escrúpulos en todos los sectores económicos. Y, de hecho, en otros sectores se aprovechaban hasta de los más miserables. Aunque los gestores mantuvieran sus barcos, apuesto a que también perdieron buena parte de su patrimonio financiero, porque predecir el estallido de una burbuja no era fácil, otra cosa es que, respecto al mercado no lo hicieran mejor.
En las décadas siguientes a 1975, año de constitución “The Vanguard Group, Inc” gestora que se dedicó a replicar el comportamiento de los índices, se evidenció la tesis de su fundador, John C. Bogle, de que, en promedio, los fondos de gestión activa no superaban a sus referencias. El volumen de productos de gestión pasiva empezó a crecer en Estados Unidos y en 2019 superó el volumen de la gestión activa. Como resultado, las comisiones medias de gestión bajaron y en el muelle de Manhattan ahora hay muchos barcos para turistas.
Actualmente, según el citado artículo el negocio más popular en Wall Street es el asesoramiento patrimonial. Las divisiones de banca privada de las entidades financieras americanas ayudan a sus clientes a establecer una estrategia de inversión, planificar su herencia o jubilación y minimizar el pago de impuestos a cambio de una tarifa anual del 1% de su patrimonio, según esta fuente. Así, en Estados Unidos es habitual que los adinerados paguen más por el asesoramiento que por la gestión.
Durante los últimos 20 años la riqueza global ha crecido más rápido que el PIB mundial y las multinacionales financieras americanas están entrando en el negocio de la banca privada impulsadas por la perspectiva de ganancias. Pero, este negocio ¿es bueno también para los clientes?
Las tarifas de la banca privada en USA pueden llevar a pensar que Wall Street volverá a hacer fortuna mientras que los clientes volverán a sentirse decepcionados. Sin embargo, existe una distinción importante entre un asesor de patrimonio y un gestor. Del gestor se espera que supere al mercado, algo que la gran mayoría simplemente no puede hacer de manera sostenida. Del asesor, en cambio, se espera recomendaciones personalizadas que se ajusten al interés del cliente.
Mientras que la rentabilidad de la gestión activa no aporta valor en promedio frente a los índices, acudir a un asesor patrimonial en Estados Unidos parece tener, en general, un efecto positivo. Incluso Vanguard, azote de la gestión activa, afirma que los asesores suelen aportar beneficios a los clientes por encima de las tarifas que cobran.
Dentro de los servicios de banca privada uno de los más apreciados por los clientes es la optimización fiscal. Sin embargo, hay otros beneficios menos perceptibles a priori para el cliente. Tal y como resalta The Economist: “la experiencia de inversión está llena de trampas” y un buen asesor ayuda a evitarlas.
En nuestro país, la remuneración a la banca privada funciona de manera distinta. En ocasiones, se paga más por la gestión y poco o nada por el asesoramiento. Además, en muchos casos, los clientes siguen confundiendo el asesoramiento con la gestión.
Otra diferencia importante radica en los productos utilizados para implementar la inversión. En Estados Unidos, los asesores suelen utilizar ETFs, que a menudo se adquieren a través de planes 401(k), una forma de ahorro común con ventajas fiscales destinada a la jubilación. En España, sin embargo, los planes de pensiones están en vías de extinción. El vehículo más utilizado, por su eficiencia fiscal para particulares, es el fondo de inversión. Los fondos también suelen invertir en ETFs cuando el objetivo principal es mantener una estrategia de distribución de activos, y no tanto en lugar de centrarse en la selección de valores para batir a un indicador muy específico.
En Europa, y en particular en España, la comisión media por la gestión de fondos es más alta que en Estados Unidos. Sin embargo, si consideramos únicamente las clases limpias, que son exclusivas de mandatos de gestión y se pagan aparte, las diferencias son escasas. Es relativamente común que la comisión de gestión incluya servicios de asesoramiento patrimonial. Por lo tanto, aunque esto varía según el caso, el coste final suele ser similar.
En general, el cliente de banca privada español no acaba desembolsando más que el americano y paga bastante menos que en Suiza o Luxemburgo. El problema es que a veces el consumidor no aprecia o, peor incluso, no recibe el servicio esencial del asesoramiento patrimonial: el diseño de una estrategia de inversión a medida y su monitorización. Probablemente porque no se le ha explicado adecuadamente su relevancia. Así, muchos inversores españoles siguen esperando de sus asesores lo mismo que esperarían de un gestor, que acierten a corto plazo frente a sus competidores. El asesor también es responsable por no saber poner en valor su función.
Marta Diaz-Bajo, socia y directora de Soluciones de Inversión